A todos los que nos movemos en el contexto educativo, tenemos hijos o simplemente nos relacionamos con niños o adolescentes, nos resulta muy familiar el mensaje acerca de la importancia de reforzar el comportamiento adecuado en los pequeños (y en los no tan pequeños), del refuerzo positivo. De hecho cada vez se insiste más en la necesidad de emplear el elogio como forma de influir en la conducta de los niños, y evitar el castigo en la medida de lo posible. Y es que el refuerzo positivo puede servirles cómo guía, de forma que les enfoca hacia los comportamientos positivos (en lugar de resaltar los negativos como ocurre con el castigo). Podemos emplear el refuerzo positivo mediante elogios para que el niño aprenda nuevos comportamientos o seleccionando los que son adecuados e ignorando los que no lo son (por ejemplo, mostrando nuestra aprobación cuando el niño lleva la cuchara a la boca, y simplemente ignorando cuando vierte su contenido fuera del plato). Por el contrario, el castigo únicamente indica lo que no deben hacer, sin enseñarles alternativas adecuadas, es decir, carece de ese enfoque hacia lo positivo.
No cabe duda de los efectos beneficiosos que tiene el refuerzo positivo sobre el comportamiento de los niños. Sin embargo, se hace necesaria una reflexión acerca de las consecuencias negativas que puede tener emplearlo de forma inapropiada, algo que ocurre muchas veces, algunas de ellas sin que seamos conscientes del todo.
Una consecuencia que podemos observar con relativa frecuencia, es el efecto de habituación que produce el refuerzo positivo. Si el niño o la niña reciben elogios por todos y cada uno de sus comportamientos, puede ocurrir que acaben tomándolo por costumbre y este deje de producir su efecto beneficioso, o que necesiten cada vez un refuerzo de mayor intensidad para que tenga el mismo resultado. De esta forma pueden dejar de mostrar interés por la actividad que se está reforzando. Esto, como decimos, se da especialmente en los casos en que el elogio se aplica de forma indiscriminada, casi por cualquier comportamiento.
Por otro lado, si elogiamos en exceso un comportamiento en el niño, por ejemplo, cuando aprende a ponerse el abrigo o en la adquisición de cualquier otra habilidad, puede ocurrir que en las siguientes ocasiones busque nuestra aprobación, y continúe repitiendo ese comportamiento en lugar de enfocarse hacia el aprendizaje de otros nuevos. Así, habremos desincentivado la tendencia natural a adquirir nuevos aprendizajes y el interés por descubrir nuevas habilidades.
Además, empleando el elogio de esta forma, sin querer podemos caer en el error de transmitir a los pequeños una concepción inmovilista acerca de la mente y del comportamiento (frente a la idea de una mente en desarrollo). Esto quiere decir que aprenden que ellos son de una determinada forma, o que sus aptitudes son unas en concreto, y que por mucho que se esfuercen no van a cambiar ni su forma de comportarse ni sus capacidades. Algo muy lejos de la realidad, especialmente en un individuo en desarrollo como es un niño. Cuántas veces habremos oído aquello de “es que yo soy así”, para justificar un comportamiento inapropiado, como si no fuera posible cambiarlo. Muchas veces los pequeños acaban desarrollando la creencia de que por mucho que estudien no van a conseguir ser más listos, o que por mucho que ensayen con un instrumento musical no van a conseguir hacerlo bien nunca, etc. De esta forma solo se esforzarán por practicar aquello que “se les da bien” y en el resto de cosas, “las que no se le dan bien” no merecerá la pena.
Por último cabría resaltar que si abusamos del refuerzo positivo, podemos crear en los pequeños una dependencia del refuerzo externo, de forma que no le ayudamos a desarrollar una motivación intrínseca, aquella que nos lleva a conseguir nuestros logros por nosotros mismos, sin depender del exterior.
¿Cómo utilizar el refuerzo positivo?
Algunas ideas para evitar caer en estos errores pueden ser por ejemplo, procurar usar el refuerzo positivo o elogiar más que a la persona, el esfuerzo que ha llevado a cabo, el proceso que ha seguido para llegar a un resultado. De esta forma no solo le incitaremos a continuar trabajando para mejorar en su comportamiento y sus habilidades, también transmitiremos la idea de que con el esfuerzo pueden modificar sus resultados finales. Les haremos creer que estos dependen de su comportamiento, y no tanto de una cantidad innata de habilidad que es inmodificable. Además esto les proporcionará una mayor seguridad en sí mismos, al entender que no es tan importante el resultado como el hecho de haberse esforzado; serán las bases para el desarrollo de una motivación intrínseca, puesto que entenderán que solo el esfuerzo merece la pena, y es gratificante en sí mismo.
Por otro lado, el elogio debe ir dirigido a lo concreto, al esfuerzo realizado en un momento determinado, más que al individuo de forma global. De esta forma resultará más creíble para ellos, y al mismo tiempo será más difícil generar el proceso de habituación del que hablamos. Finalmente cabe resaltar que el elogio debe introducirse en un contexto realista, sincero, para que el niño perciba que se le elogia por algo que ha hecho realmente bien.
Artículo de Drissa-Elma Delkader Palacios, Psicomaster Psicólogos en Madrid
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