¿Qué es el estrés?
El concepto de estrés hace referencia a un proceso complejo mediante el cual hacemos frente a las demandas del entorno. Este término incluye tanto el estímulo o la situación como la respuesta que damos ante él, razón por la cual puede resultar en cierta medida confuso. Ambos componentes son relevantes de cara a lograr un comportamiento más adaptado a la dificultad de la situación.
Sin nos centramos en el estímulo, las situaciones potencialmente estresantes tienen en común características como la novedad, la falta de información o incertidumbre, la sobrecarga o la falta de habilidades para afrontarlas. Clásicamente se han diferenciado varios tipos de acontecimientos potencialmente estresantes en función de la capacidad que tienen para influirnos, por su intensidad, su frecuencia o su duración. De este modo podemos hablar de acontecimientos vitales estresantes, haciendo referencia a situaciones que por lo general son poco frecuentes pero de gran impacto emocional, y que por tanto requieren una importante capacidad de adaptación por parte la persona, como puede ser un despido laboral o un accidente. Por otro lado estarían los sucesos molestos cotidianos, definidos como aquellas situaciones de mayor frecuencia pero de menor intensidad, como puede ser una discusión o un malentendido, un problema familiar puntual, e incluso el sonido del despertador. Finalmente estarían las situaciones de tensión crónica mantenida, que serían aquellas que tienen un efecto de mayor gravedad en la salud, dado que combinan aspectos de las dos anteriores, es decir, la intensidad y la duración. Ejemplos de estas últimas pueden ser un mal ambiente laboral o una relación de pareja insatisfactoria.
En cuanto a la respuesta de afrontamiento ante una situación potencialmente peligrosa, podemos hablar de distintas fases en las que la persona va tomando decisiones en función de la valoración que hace de ella (Lazarus y Folkman, 1984). La primera de ellas consiste en decidir si la situación resulta en sí misma peligrosa o amenazante, y considerar las demandas que requiere de la persona. Teniendo en cuenta esto se hace una valoración de los recursos que se pueden poner en marcha para afrontar esta situación, es decir, saber con qué habilidades cuenta la persona para enfrentarse a ella.
Modos eficaces para afrontar el estrés dependiendo de la situación
El resultado de toda esta interpretación conlleva diferenciar dos maneras complementarias de afrontar una situación que hemos interpretado como potencialmente peligrosa, es lo que tradicionalmente se ha llamado afrontamiento centrado en el problema y afrontamiento centrado en la situación. El primero de ellos supone que entendemos la situación como modificable y que tenemos capacidad para hacerle frente, por lo que dedicamos nuestros recursos a solucionar el problema. En cambio en el segundo de ellos hemos valorado la situación como ajena a nuestro control, e implica que reevaluemos y volvamos a cuestionar qué grado de importancia tiene el problema para nosotros, llegando en muchos casos a la aceptación de nuestra falta de capacidad para hacer cambios.
En función de la situación, resultará más beneficioso poner mayor peso en uno de estos estilos de afrontamiento o en el otro. Ante un acontecimiento que requiere la búsqueda de una solución y la toma de decisiones (por ejemplo, un accidente en el que tengo que llamar a una ambulancia, o la rotura de una tubería en casa que requiere que llame a un fontanero), es más apropiado el enfoque centrado en el problema. En cambio, ante una situación cuya solución se escapa de mi posibilidad de acción (por ejemplo, una pérdida o una situación de desempleo prolongado), resulta más adecuado que al menos parte de mis recursos los dedique a aceptar la situación y a gestionar mejor mis emociones.
Artículo de Drissa-Elma Delkader Palacios (Psicóloga de Psicomaster)
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