Fobia al agua ¿cómo se adquiere?
La fobia específica es el miedo irracional, exagerado y continuo a un objeto, a un ser vivo o a una situación particular (lugares cerrados, viajar en avión o atravesar túneles, entre otras), aunque no suponga un peligro real. La persona que padece la fobia reconoce que su miedo es excesivo e irracional. Sin embargo y a pesar de ello, la persona, o bien evita las situaciones o las soporta con un intenso malestar, lo que llega a interferir en su rutina habitual o en sus relaciones». Concretamente, la hidrofobia es una fobia situacional de las clasificadas como de tipo ambiental que suele comenzar en la infancia y son más frecuentes en mujeres. Asimismo, para los estudiosos la hidrofobia es fruto de una conducta aprendida. Según Mª Jesús Andrés Pérez, psicóloga clínica y directora del Gabinete Psicomaster «haber tenido una o varias experiencias desagradables en el agua, ser testigos de experiencias aversivas en otras personas o que se nos hayan transmitido temores o preocupaciones excesivas, bien de forma general o específicamente hacia el agua, son factores capaces de originar el problema».
La fobia específica es el miedo irracional, exagerado y continuo a un objeto, a un ser vivo o a una situación particular.
Uno de los defensores de esta teoría es el francés Gérard Calamia, que lleva alrededor de 30 años estudiando la relación de los individuos con el medio acuático. Calamia, en un trabajo publicado en 1993 señala que el punto de partida del temor al agua se encuentra en la infancia, cuando no se poseen experiencias acuáticas. Los adultos suelen proyectar sus propios miedos sobre los niños, que «lo integran en su sistema de funcionamiento». El resultado de esta educación es que el sujeto «desarrolla unos pensamientos irracionales y de ansiedad en relación al medio acuático».
Los traumas también poseen una influencia determinante. Una incorrecta metodología en la enseñanza de la natación, sobre todo en la forma de afrontar el primer contacto del alumno con el agua, las inmersiones provocadas o las malas experiencias dentro del medio acuático (inicio de ahogamiento, aguadillas, ser cubierto por una ola o arrastrado por la corriente o estar atrapado en un recinto cerrado siendo la única escapatoria a través del agua, por ejemplo) pueden ocasionar una fuerte aversión al medio. De esta manera, la sola idea de entrar en contacto con él puede desencadenar una serie de efectos, tanto fisiológicos como subjetivos, que impidan aprender a nadar, disfrutar del mar o la piscina. La experiencia ha mostrado a los profesionales de la natación que existen más casos de fobia de origen educativo que de tipo traumático. Este último caso, además, es más frecuente entre los adultos.
Lee aquí nuestro siguiente artículo sobre los efectos de la hidrofobia
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