Todos en algún momento hemos dejado cosas que debíamos hacer, que teníamos pendientes, que seguramente formaban parte de nuestras responsabilidades, y las hemos aplazado por pereza, porque nos costaba un verdadero esfuerzo, porque hemos preferido en ese momento hacer otra cosa más gratificante o porque hemos apurado hasta el último momento. Según la definición de la Real Academia Española, esta forma de comportarnos es procrastinación, que significa diferir, aplazar.
La procrastinación, por tanto, es la tendencia a posponer y demorar en el tiempo tareas o actividades de manera frecuente.
El peligro de que esto ocurra de forma frecuente o continuada es que puede ir instaurándose como hábito y patrón de funcionamiento, sobre todo en aquellas tareas que nos cuesta más llevar a cabo, bien porque no despierten ningún interés en nosotros, o no sean placenteras, o porque nos resulte difícil afrontarlas.
Cuando dejamos de hacer cosas es porque queremos “evitar” lo que nos supone hacerlas, ya sean importantes o no, porque no solo ocurre, por ejemplo, con actividades que consideramos obligatorias como entregar un informe en el trabajo o tener cerrada la contabilidad de la empresa a final de mes, sino que también nos pasa con tareas menos importantes como recoger la correspondencia del buzón, ordenar un armario, ir a descambiar un objeto a una tienda, etc. A veces evitamos lo tedioso o poco atractivo de realizar la actividad. Si sabemos que deberíamos ordenar nuestro armario pero no nos apetece en absoluto es fácil que se nos ocurran otras cosas más satisfactorias que reemplacen ordenar el armario. Otras veces, las postergamos porque existe alguna dificultad para enfrentarnos a ellas o resolverlas, como puede ser el temor a hacerlo mal o pensar que podemos hacer en otro momento u otro día aquello que nos cuesta. Esto nos genera cierto alivio a corto plazo, pero a medio y largo plazo va a traer consecuencias negativas ya que se nos “acumula” aquello que tenemos que hacer si tendemos a aplazar más de una tarea y dejaremos cosas sin resolver si lo alargamos en el tiempo, etc.
La procrastinación, con frecuencia produce un estado de ansiedad importante, sentimientos de culpa por no haber llevado a cabo nuestras responsabilidades, pensamientos de no ser capaz de hacer las cosas bien y baja autoestima. La procrastinación como hábito hace entrar a la persona en un círculo vicioso donde existe la idea de llevar las cosas a cabo pero finalmente no se hace, con propósitos como: “de mañana no pasa”, “la semana que viene empiezo a estudiar sin falta”… Y en estos casos puede estar indicada la realización de un tratamiento psicológico si este hábito interfiere de manera significativa en la vida de una persona.
La forma de poner fin a este patrón disfuncional de comportamiento es aprendiendo a planificarnos y organizarnos, ya que la falta de autodisciplina mantiene este mal hábito.
Nos puede ser de ayuda:
- Establecernos objetivos o metas intermedias antes de llegar al objetivo final.
- Pensar que la motivación la encontraremos “haciendo”, y que no viene sola
- Priorizar entre las tareas que tenemos que hacer primero empezando por las urgentes o importantes.
- Trazarnos un plan de actuación
- Premiarnos por el esfuerzo realizado y la tarea conseguida;
- Pensar en positivo con respecto a lo que tenemos que hacer, por ejemplo: “¡esto lo puedo conseguir!”; fijarnos un horario.
En resumen, cuando hay un problema de procrastinación se trata de reeducar nuestros hábitos en cuanto a la autodisciplina necesaria para comportarnos de manera responsable, satisfactoria y saludable.
Artículo de Marta Bermejo Victoriano
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